Cuba, el 26 de febrero de 2014
Buenas tardes para todos. Quiero agradecer a mi amigo, el escritor Julio Llanes por su bondadosa invitación a estar aquí, en la Feria del Libro, en Sancti Spíritus, esta hermosísima ciudad que quiero mucho, que visito por segunda vez, ahora en este año tan particular de los 500 años de su fundación en 1514. También quiero agradecer a los amigos panelistas que me acompañan y honran, y a todos ustedes, espirituanos y espirituanas, por la santa paciencia de venir a oír nuestras palabras. Espero que resulte interesante lo que tengo para decir.
Se nos ha convocado para responder ¿Para quién escribimos?
Lo dije en La Habana hace unos días: escribo para niños y jóvenes porque a veces pienso que ya escribir para adultos es una pérdida de tiempo. Pero también debo reconocer que, en realidad, escribo para todo aquel que quiera leer lo que escribo porque al fin de cuentas la Literatura es una sola y no creo, sinceramente, en esa tajante división que a veces se hace de una Literatura para niños y otra para adultos. O aún peor cuando se divide de manera también muy determinante que tal libro es para tales edades y tal otro libro es para otras edades.
Yo escribo porque es mi momento de mayor libertad y aún si lo hiciera para mí sólo, yo ya sería un gran público. Pero también escribo para los demás, para mi entorno inmediato. Y si ese entorno fuera un puñado de personas, también sería un gran público. Por suerte hoy puedo pensar en un público mayor y eso hace que incorpore nuevos elementos a la hora de definir qué escribir, cómo escribir y quienes van a leer lo que yo escriba, aspectos que se suman a la decisión primera de escribir por la necesidad de hacerlo, por la necesidad de expresarme, de decir lo que creo, lo que siento y lo que pienso, de buscar puentes de comunicación, de sentir placer, pero también de moverme, conmoverme y removerme, aspectos que también siento que debo intentar provocar en el lector a quien le ofrezco un momento de plena libertad cuando lee, que es la libertad de crear y recrear a través de su imaginación ilimitada.
Escribir es despertar, sin salirme del mundo de la ensoñación y de la más desenfrenada creación que me es posible realizar. Leer también es una forma de despertar y de desperezarse de modorras intelectuales que muchas veces nos aprisionan la vida haciendo que esta transcurra solamente y no suceda, no sea un suceso permanente como creo que debe ser.
Lejos quiero estar de todo didactismo. Es más, ni siquiera creo que pueda enseñar nada. Pero si el lector descubre en mis palabras sus propios sonidos y ve en cada página una especie de espejo de agua en el cual, por momentos, se puede ver a sí mismo, entonces tal vez él mismo descubra que leer también es, como dije, un despertar.
¿Despertar hacia que o hacia dónde? Hacia el mundo que nos rodea, cualquiera sea su región y su tiempo en el que está y del que proviene, ese pasado riquísimo que pareciera cambiar a cada momento. Despertar hacia sí mismo, conociéndose más, experimentando tal vez intensidades en sus sentimientos que no había conocido hasta ahora. Despertar hacia el infinito mundo de la fantasía en el cual él mismo puede despertar la suya y echarse a fantasear sin tapujos, inventando imágenes y situaciones, aromas y colores, sonidos y texturas como se le venga en ganas, capaces de mejorar la vida y el mundo.
Hoy, en Uruguay, escribo para los niños y las niñas de mi país agobiados por la oferta del consumo como propuesta de modelo óptimo de vida. La televisión, ese formidable invento del siglo XX, ha estado siempre en las manos privadas de un puñado de representantes del peor mundo del consumo y la violencia, de la frivolidad y la estupidez, de la vulgaridad y la mediocridad intelectual. Hoy aún sigue en discusión una ley de medios de comunicación, donde uno de los principales puntos de conflicto es, precisamente, los contenidos de esos medios de comunicación ¿Qué deben transmitir? ¿Quién debe fijar esos contenidos? ¿Cuáles son los contenidos que educan para la formación de un ser humano crítico y autocrítico, creativo y reflexivo, solidario y cooperativo, y cuales aportan a la formación de un ser humano consumista y egoísta, obsecuente y conformista? Yo escribo en procura de aportar para la formación de esos niños y niñas del primer grupo, los autónomos y libres, los inquietos y preguntones, los que dudan y aprenden e inventan y sueñan despiertos que es la manera más linda de soñar. Estamos en la puja de dos mundos: el mundo de la destrucción, lleno de vacuidades, insensibilidades y egoísmos, contra el mundo de la construcción, de los contenidos que aportan al conocimiento y al crecimiento de las personas, el mundo de la sensibilidad y la solidaridad y el respeto y los afectos.
El arte, y en particular la Literatura, también es un territorio en disputa entre los que lo quieren volver una mera mercancía, los que le ponen precio a las pinturas o levantan un ídolo de la música y luego lo derrumban casi como al decir de mi amigo Galeano, “úselo y tírelo”; los que producen películas para idiotizar a las personas y nos llenan de mensajes y símbolos como una quimera que deslumbra, pero no ilumina; los que producen libros para las góndolas de los grandes supermercados por única vez y si vende es bueno, llenando espacios de inútiles autoayudas, de cómo hacerse rico en quince minutos y, por ejemplo, no editan poesía porque, según ellos, no da ganancia. A esas ideas y a esas prácticas le opongo, junto a muchos, el acto de crear por el placer de hacerlo y de compartir la creación y alentar a que otros creen.
Queremos que se construyan más bibliotecas, que se conformen más talleres de creación literaria, que se editen más libros para que alcancen la mayor difusión posible. Queremos que nuestros libros nos entretengan, nos atraigan, nos seduzcan, sí, pero también queremos que nos ayuden a pensar, a tener mejor relacionamiento con la naturaleza, con nuestros semejantes y con nosotros mismos, esos tres territorios que conforman la esencia de la cultura humana.
El relacionamiento con la naturaleza es saber, sentirnos y participar activamente como parte de ella entendiendo que todo lo que le sucede nos sucede a nosotros y todo daño que le hagamos es nuestra manera terrible de suicidarnos. Con nuestros semejantes en la interrelación social, con igualdad de derechos, de beneficios, de posibilidades, pero con el infinito respeto a la diversidad en todos los aspectos que nos construyan y nos sustenten mutuamente. Nunca que nos destruyan. El pensamiento no debe ser único, debe ser infinitamente diverso. Lo que debe ser único es el programa de metas y objetivos que nos tracemos para andar juntos. Y que nos ayude a un mejor relacionamiento con nosotros mismos, como la mejor manera de definir para qué estamos aquí, qué somos capaces de hacer, qué es lo que no podemos hacer, donde la sabiduría sea patrimonio de todos, directamente proporcional a la humildad como dos condiciones de la nueva ética que debemos construir día a día.
Yo escribo para eso, para que los niños y las niñas sean mejores que nosotros. Y los invito al encuentro de todos, lector y escritor, en el fecundo mundo del libro en cualquiera de sus formas; encuentro que lo hace posible porque sin ese momento de contacto el libro no tiene sentido.
Quiero terminar contándoles que el jueves 13 de febrero, hace unos días apenas, estaba yo en una inmensa playa de Montevideo, la playa Malvín, contando cuentos y conversando con decenas y decenas de niños que habían venido, básicamente, de tres lugares muy distantes de Uruguay, los departamentos de San José, Soriano y Tacuarembó. Ellos ya me conocían por los libros. Allí conversamos de muchos temas. El viento en el lugar era muy intenso. Salvo una cámara de televisión que grabó todo el momento, no hubo otro registro. Podemos decir que el viento se llevó todo. Sin embargo hoy cuento esto aquí a miles de quilómetros de mi tierra, Uruguay, ese pequeño rinconcito latinoamericano, porque en mí quedó como una experiencia formidable y en ellos, los niños y las niñas entre 9 y 12 o 13 años, también quedó como un momento único, como este aquí y ahora, como los que dejan la lectura o la escritura de un libro que nos rasca el alma. Como dijo Martí, a quien cito con admiración a pocos días de cumplirse un nuevo aniversario de su nacimiento, hace 161 años: Saber leer es saber andar. Saber escribir es saber ascender. O como nos enseñó también él magistralmente: El único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras.
Por todo lo dicho, entonces, esos autógrafos que uno firma aquí o allá, son la certificación de la obra hecha, pero los otros autógrafos, de los que habla Martí, son los que quedan grabados a fuego en el alma de las personas y esa es por un lado o por otro, una manera de eternidad que nos permite perdurar en la memoria de los otros. Ojalá estas palabras perduren en la memoria de ustedes al menos como la manifestación de este humilde escritor que viene desde tan lejos para entregarles mi mejor afecto. Gracias.